Se acaba el verano, no sin antes quemar los últimos cartuchos de voz y salud en general. Lo mejor de Peritos, Ciencias y Medicina marchó a conquistar lo que hemos bautizado como Letolitulonia. Ya se pague en zlotis o euros, ya se tenga que decir “Baldes Clap Clap Clap!” o “Áchu Clap Clap Clap!” para que la gente aplauda tras la primera canción.

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Nuestra primera estancia en Riga estuvo llena de sorpresas. Todo comenzó cuando AirBaltic decidió ponernos a prueba. Una vez no resuelto el problema, a partir de la medianoche, fuimos a hacer lo que hacemos siempre, es decir, deambular, mientras observábamos a la fauna local colmarse de abrazos (aunque a nosotros más bien nos parecieron ostias) como si de un deporte nacional se tratara (aunque aquí tampoco nos podemos quejar del elenco de especies que se dan cita en las discotecas) y letonas preguntando entre sonrisa y guiño si algún Inquisidor nos había mandado en misión especial a la capital. Saludos a Obras Públicas, Navales y Agrónomos de Madrid. Las casas allí tienen doble puerta, simpatía de la KGB, de modo que picar al timbre era una misión suicida después de marchar el primero a dormir. No obstante, no ha habido motivos para desmerecer una capital (ni, desde luego, sus salsas con hamburguesa) cuyo escudo en nuestras capas lucirá como el tamaño de un balón de futbol.

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Llegados a Kaunas resulta que nos convertimos en el centro de atención. Imaginaos la ciudad más universitaria de Lituania y unos sesenta estudiantes de al menos diez países distintos recién llegados de Erasmus a quienes sugerimos algo que, por el bien del vecindario, no llegamos a organizar la noche siguiente. A nuestro favor esa noche nos tomamos unos gintónics cortesía del bar donde estuviéramos en ese momento mientras charlamos con dos irlandesas cuyas ganas con fiesta superaron con creces la edad que aparentaban, que supongo que distaría mucho de la que tendrían. En cualquier caso, a quién le importa ya eso… Para quién le interese, el rey del escudo de Lituania fue un conquistador cuyas huestes llegaron hasta Moscú, donde clavó su espada en el muro de la ciudadela y se marchó por donde había venido. Todo un caballero.

La última parada fue la pintoresca ciudad costera de Gdansk. El parche fue espantoso: las terrazas no se acababan, no paraban de llovernos billetes y ¡nosotros sólo habíamos venido a beber! En cualquier caso, aunque salvó los muebles del viaje, no se convirtió esa actividad en una obsesión (chist) sino que procuramos por todos los medios conocer las costumbres locales de la juventud polaca durante un fin de semana. La última noche, especialmente en el Electriko y el Protokultura. Interesad@s en complicarse la vida, ir ahí a partir de la hora del chocolate con churros.

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Si algo nos quedamos con este viaje, es que hay que mirar siempre el lado bueno de tener que pagar una maldita tarjeta de embarque por no acordarnos de hacer el check in en WizzAir. 

¡Hasta la vista fistros!