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¿Qué os vamos a explicar ésta vez que no sepáis sobre nuestros viajes? Para vuestra sorpresa, una crónica llena de novedades y experiencias que nunca antes habíamos tenido oportunidad de vivir tan lejos de nuestra querida Facultad. Comencemos, y seguidnos en el mapa para que os hagáis una idea la kilometrada que recorrimos embotellados en un Chrysler Pacifica, comparables a una vuelta tonta Barcelona-Bilbao vía Almería escala en Lisboa.

Llegar hasta Las Vegas puso a prueba nuestra capacidad para aguantar sentados hasta tener el culo como un cubo de Rubik tras veinte horas  de vuelos y transbordos. Así que nos dejamos ver en la famosa ciudad de Nevada a eso de medianoche, y llanamente hablando, el espectáculo es propio de una mezcla entre Blade Runner y Charlie y la Fábrica de Chocolate. Todo a lo grande, hasta el extra de diabetes en la Coca-Cola.

No os vamos a engañar, entramos a jugar. Y aún a sabiendas que San Tuno no es de esa clase de juegos, Grillo halló la fortuna al apostar los pocos dólares que le quedaban (un mérito dado que aún nos encontramos en la segunda noche del viaje) al número premiado en la ruleta. No sabemos si Zarzi fue desafortunado en el juego, pero en amores ya os lo aseguramos. Los boleritos esa noche encandilaron a una joven cow-girl de Oregon. Tras la ruleta y el Blackjack, parte de la expedición concentró todos sus esfuerzos en la comprensión de los dados que nuestro colega Paul Vato lanzaba a la mesa con la experiencia del típico vendedor de habanos.

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A la mañana siguiente, y junto a su amiga, el dúo Kacie-Macie (como Zipi i Zape, una rubia y la otra morena) nos acompañó al Gran Cañón. Aunque seguro que alguna ya lo tuvo que haber visto en un pasado reciente, la visita nos permitió descubrir que lo más valioso en esa región de Arizona eran los escudos que Meo se encargó personalmente de perder, para alegría y jolgorio del resto. En el caso de Hansel, su pericia de negociante le salvó del fiasco y pudo quedarse con un ejemplar que ya debe llevar luciendo en la capa.

San Diego es sin duda lo más cercano a esos anuncios idílicos de American Hollister. De hecho, en Coronado (para los que no lo sepan cómo todos nosotros antes de ir allí, una base militar de la naviera) tuvimos la sospecha de encontrarnos en medio de la segunda parte del Show de Truman. Fuimos a llenar los corazones del público que en esos momentos disfrutaba de una plácida mañana bajo las palmeras a orillas del Pacífico, y el público tuvo a bien de llenar nuestros bolsillos. Así pudimos cubrir los costes de las cervezas que nos tomaríamos la misma noche en Tijuana.

México, ¡qué gran noche! El chofer del autobús público a la recogida en la frontera nos indicó claramente el camino a seguir esa noche. Para tranquilidad de Añejo y al contrario que los yankees, no nos confundían más con Mariachis. Esa noche la aguantamos como unos valientes tras comer lo que calculamos fue media tonelada de carne picada enrollada en una sábana de tortilla de harina. Cómo buenos estudiantes de Medicina, convenimos facilitar la digestión de tan cuantioso manjar con unos traguitos de Don Julio. Tras actuar en el restaurante que trajo al mundo la famosa ensalada césar, pasamos el rato junto a las jukebox en un par de pubs locales, sin olvidar la tradicional degustación de quesadillas de madrugada, ¡si hasta sashimi encontramos allí!

Al día siguiente, sin descanso, vista al frente y hacia Los Ángeles. De angelical la ciudad tiene poco. Estamos seguros que toda la parafernalia que montan para los Oscar sirve en parte para tapar el resto del bulevar. Digamos que nos olvidamos de ver lo más bonito, pero es que el tiempo apremiaba y queríamos disfrutar todas las noches, sin excepción. Especial mención a Chipirón por la película mental en la que él solito destacó como principal productor y guionista tras verse abocado a un estado pseudocontemplativo. Seguro que por la falta de sueño, no nos imaginamos otro motivo.

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Llegamos a la parte final del viaje, y la más romántica sin duda para Zarzi, que volvió a encontrarse en San Francisco con la musa de sus fantasías, la cow-girl que apareció en un Dodge Transporter de 250 caballos. Así las gastan, autopistas de ocho carriles por sentido y automóviles de 5 metros de longitud. El caso es que esa noche toda la trupe nos dirigimos a Castro, el conocidísimo barrio del orgullo LGBT, y tras ser recibidos con el más alegre de los aplausos que recordamos del viaje, acabamos en un local regentado por un vasco la mar de simpático que sanó nuestras gargantas a base de Long Island Ice Tea. A la tarde siguiente Marta, colega de Grillo y Chipi, nos acompañó a visitar el campus de la Universidad de Stanford, dónde actualmente trabaja en su doctorado. Ya quisiéramos ser igual de inteligentes que los estudiantes de Stanford (pero conservando el cachondeo, que sino de poco sirve).

Aunque mucho más os podríamos contar sobre América, entendemos que tenéis vuestras cosas que hacer, así que tan sólo queremos dedicarle éstas últimas línias a Pere, un colega de Añejo que nos acogió en su casa de Redhill durante la escala en Gatwick camino ya de casa.

¡Y como siempre nos quedamos con ganas de más, that’s all folks!

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